Micah y yo volvimos a hablar otra vez por FaceTime. Primero mes con mes, luego cada semana. Antes de mi regreso, nos dejamos de hablar por tres días en busca de sabiduría. Casi me desmayo en el aeropuerto de Lisboa. No importaba. Ambos obtuvimos nuestra respuesta, y esa respuesta fue no. No teníamos un “por qué”. Simplemente lo sabíamos.
Semanas más tarde, Ashley adoptó su actitud de cariño rudo y me inscribió en una popular aplicación de citas. Fue allí, a fines de agosto, casi un año después de nuestro encuentro con Víctor en el cementerio, cuando vi por primera vez a Billy.
En una foto, posaba con un atuendo de kárate demasiado pequeño de su infancia. Las arrugas de la risa arrugaban sus sienes, barridas por el cabello sedoso color rubio cenizo. En otra, había una cabra peluda posada en la parte posterior de sus anchos hombros mientras él se sostenía en posición de plancha sobre una estera de yoga. La última foto fue mi favorita. Estaba de pie, con la cadera ladeada, mirando a la cámara con una sonrisa traviesa, frente a la pirámide de cristal del Louvre en París.
Ese es, dijo algo en mi estómago.
Billy me besó en la primera cita. Era el mayor de tres muchachos alborotadores. Explorador. El payaso de la clase. No había ido a la iglesia desde la universidad.
En nuestra tercera cita, traté de romper con él, pero algo me detuvo. En nuestra cuarta cita, me dijo que me amaba.
“¿Qué significa eso para ti?”, le pregunté. Pero a los pocos meses sentí algo recíproco.
Volvió a la iglesia conmigo, tomándome de la mano durante todo el servicio. Para su cumpleaños, le compré un proyector de estrellas. Nos tumbamos en el suelo de su habitación bajo el cielo artificial, ventilando nuestras convicciones y dudas. Hicimos pruebas de sabor de Oreo con los ojos vendados e intentamos pintar con acrílico.
¿Por qué Billy, el encantador renegado e hijo pródigo, el hombre sin el que no podía vivir, era más que Micah? Si empiezo a ahondar en las explicaciones, las posibilidades se abren y se multiplican. Mi devoción es falible, humana, sujeta a un cúmulo de preferencias y caprichos. Lo importante ahora es que quiero a Billy, he elegido a Billy, y lo elegiré a diario hasta que se me acaben los días en esta vida. Nos casamos en febrero pasado, dos años y medio después de conocernos.