“Querida ama Natalie, la primera vez que acudí a ti, estaba nerviosa y me hiciste sentir cómoda. Como he tenido tiempo de reflexionar, me doy cuenta de que sobrepasé mis límites contigo”.
Intento ignorar esos mensajes, pero es difícil. Le tengo miedo. Mi novia también le tenía miedo. La clienta envió regalos de mi lista de deseos de Amazon, que se amontonaron en nuestra puerta mientras yo estaba fuera.
“No te preocupes, cariño”, le dije a mi novia. “Ella no sabe mi apellido. No sabe cómo encontrarnos”. Pero no estaba segura.
Después de que esa novia y yo rompimos, me quedé sola con mi miedo, lo que supuso un alivio.
Hace casi una década, en una habitación de hotel de una ciudad del sur, conocí a un cliente que era otro estudiante de posgrado. En realidad, se llamaba John, y su doctorado sería en ciencias de la computación. El mío sería en humanidades. Eso explica por qué él tenía dinero para contratar a una dominatriz y yo tenía tan poco que necesitaba interpretar a una en mi tiempo libre.
Cuando John entró en mi habitación, pensé que era guapo. Cuando me dijo que lo único que quería era besar mis botas de cuero, pensé: “Dinero fácil”. Cuando me dijo que tenía novia, me pregunté por qué no podía besarle las botas gratis a ella. (Nuestra cultura realmente se ensaña con los hombres interesados en la sumisión sexual).
“¿Cuál es tu verdadero nombre?”, me preguntó John después de la sesión.
No le dije el nombre que me ponen mis amigos, Chris, sino el que me pusieron mis padres, Christina. Le dije que era estudiante de doctorado, como él, y que estudiaba inglés. ¡Contengo multitudes!
Después, con un poco de investigación, pudo encontrar mi apellido.
Cuando volví a casa, me mandó un mensaje: “Entonces, doctora, ¿qué pasa si empiezo a desarrollar sentimientos por ti y quiero verte en otro nivel?”.