Ningún amor se desperdicia jamás. Incluso si los peluches nunca estuvieron vivos. Incluso si el bebé que nació muerto nunca existió. Aunque el amor no sea correspondido. Aunque el amor provoque mal de amores. Aunque la relación no dure. Aunque acabe en dolor, traición o muerte. Aunque los objetos del amor fueran imaginarios.
La experiencia del amor te ha cambiado, te ha creado.
El amor y la pérdida de Mary por sus amigos de peluche la convirtieron en la adolescente que es, del mismo modo que mi amor y mi dolor por un bebé imaginario perdido crearon la madre que soy. El niño que amaba al Conejo de terciopelo también lo perdió. Pero tanto el niño como su amor sobrevivieron a la escarlatina. El niño pudo crecer.
No me equivoqué sobre lo que pasaría después. Mary tardó unos meses en descubrir lo que quería hacer: slime. Cubos y cubos de esa sustancia pegajosa. Su mesita, que antes era una casa de peluches, se convirtió en una mesa de laboratorio para mezclar con precisión pegamento, bórax y purpurina.
Audicionó para la obra de teatro de la escuela y se metió en el papel como solo una niña que había jugado a fingir hasta el quinto grado podía hacerlo. No se dedicó a tejer, pero tomó clases de costura en la biblioteca. Se unió al coro femenino de nuestra iglesia y empezó a estudiar con seriedad solfeo y canto.
Hay veces que me siento en los bancos y miro a veinte chicas vestidas de púrpura que cantan el “Réquiem” de Faure y las cantatas de Bach y me pregunto cómo es posible que mi hija pueda emitir un sonido tan fuerte, puro y penetrante que parece como si las paredes de piedra de la catedral y mi propio cuerpo fueran a desmoronarse al atravesarnos.
Hace cosas. Cosas maravillosas.
Sus peluches nunca volvieron a la vida, pero algo queda de la vida que una vez vivieron. El dolor significa que recuerdas. Quizá de este modo, el duelo nos da valor para seguir viviendo después de la pérdida, para pasar a la siguiente parte de la vida, para crear algo nuevo. No tenemos por qué perder el recuerdo de una cosa, un tiempo, una persona que hemos perdido. El duelo nos permite recordar.
El amor y la pérdida nos crean, y el duelo nos permite aceptar esa nueva creación. Si ningún amor se desperdicia jamás, ningún dolor tampoco se desperdicia.