Algunas mañanas pueden parecer excepcionalmente hermosas sin razón aparente. Una mañana de hace muchos años, 18 meses después de que mi mujer y yo nos mudáramos a Nueva York desde Daca, Bangladés, mi corazón se sentía tranquilo. El sol brillaba con fuerza, disipando la penumbra que había nublado el cielo durante días. Quizá me sentía bien por eso.
Desde la cama, me asomé por la ventana de nuestro departamento de Queens para ver los árboles del Captain Tilly Park y vi un pájaro posado en una rama, con las plumas alborotadas por el viento. Al cabo de unos instantes, se fue volando.
Aunque acostumbro madrugar, aquella mañana preferí quedarme en la cama un poco más. Mi mujer, Fancy, se levantó, quizá para ir al baño. Desde que nos casamos, cuando estábamos juntos en la cama, había una conexión invisible entre nosotros, aunque no nos tocáramos. Y cuando uno de los dos se levantaba de la cama, el otro lo percibía.
Cuando Fancy volvía, se metía en su sitio, muy despacio, como un gato. Normalmente, cuando iba al baño, no tardaba tanto, pero aquel día debía estar haciendo sus oraciones matutinas.
Con ella de nuevo a mi lado, me volví hacia ella, la tomé de la mano y le dije: “¡Ay, tienes frío!”.
Con la cara hundida en mi pecho, respondió: “¡Ah! Estás calientito”.
La tomé por la cintura con ambas manos y se excitó, su transformación fue instantánea. Ya lo había visto antes.
Quise aprovechar la oportunidad. Sin planearlo. Pero Fancy quería liberarse. “No, no, ahora no”, dijo. “Ya es tarde, se acabó la mañana. Es hora de que te vayas”.
Tenía que ir a conducir mi taxi. Lo hacía tres días a la semana. Los otros días, tenía clases en el Queens College. Ese día, había una reunión de grupo para un proyecto de clase por la tarde, así que tenía que manejar hasta la universidad durante medio día.
Fancy ganó una plaza en la lotería de visas de diversidad, que es como vinimos a Estados Unidos. Pero no podíamos olvidarnos de Daca. La extrañábamos mucho. En Estados Unidos soñábamos con que, una vez terminados los estudios, yo encontraría un buen trabajo. Después de trabajar duro durante unos años, ahorraríamos algo de dinero. Cuando volviéramos a Daca, compraríamos un pequeño departamento y quizá abriríamos un negocio. ¿Quién sabe?
Mi ciudad natal es Mymensingh, un distrito del centro de Bangladés. Después de terminar la maestría en la Universidad de Daca, había conseguido un trabajo de nivel medio en una empresa farmacéutica. Fancy, la hija de mi vecino, tenía una cara encantadora de tonos marrones.
Cuando terminaban las clases en la universidad y volvía a casa de mi familia, a menudo veía a Fancy de pie en la carretera con uniforme, esperando un bicitaxi para ir a la escuela. Pero tiempo después, cuando volví a visitar mi casa, vi que se había cambiado de ropa y ahora llevaba un salwar-kameez blanco y un pañuelo rojo.
Supuse que había dejado la escuela y había ido a un colegio donde el uniforme era el vestido blanco. ¿Cuándo creció? Nunca la había mirado con ninguna idea en especial. Sin embargo, yo, el hijo mayor de la casa, me casé con ella porque así lo quiso mi madre. Fue un matrimonio arreglado. Ambos teníamos poco más de 20 años. Para Fancy y para mí no hubo amor antes del matrimonio.
Fuimos de luna de miel a Cox’s Bazar, una ciudad costera del sudeste de Bangladés. Mi amigo trabajaba allí como funcionario del departamento de pesca. Organizaron todo para que nos alojáramos en la habitación VIP de la casa de huéspedes del departamento. Junto a la habitación había un pequeño balcón desde el que podíamos ver el océano.
No habríamos podido imaginar estar en un lugar tan hermoso, tan libre de problemas. Toda la noche estuvimos sentados en el balcón, escuchando el sonido del mar y contando historias. Olí el aroma del cuerpo de Fancy y su champú. Todo me embriagaba.
Necesitábamos un lugar donde no hubiera nadie más que nosotros dos. En Cox’s Bazar, por primera vez, llegamos a conocernos a través de cada átomo y molécula de nuestros cuerpos. Yo la miraba con los ojos muy abiertos, pensando en lo extraordinario y único que puede ser el cuerpo de una mujer. ¿Hasta qué punto puede acercarse una persona a otra?
Durante nuestro primer encuentro, pensé que, si yo moría de repente, no pasaría nada. Esta felicidad no acabaría nunca.
Estuvimos allí siete días. Durante ese tiempo, de vez en cuando íbamos a la playa. Pasábamos los mediodías en el mercado birmano. Fancy se adornaba con destreza. Poco a poco, se arreglaba el pelo. Se pintaba los labios con esmero. Llevaba con cuidado un sari. Cada uno con una blusa a juego. Como la heroína de un cuento, me llamó y me dijo: “¿Podrías abrocharme este gancho del brasier?”.
Me reí para mis adentros, preguntándome quién solía hacer ese trabajo antes de que nos casáramos. Esos pocos días de luna de miel parecieron pasar en un abrir y cerrar de ojos.
Después de la boda, Fancy se mudó a Daca conmigo. Dejé el albergue donde residía con otros hombres solteros para vivir con ella. Alquilamos una casita en Shanti Nagar. Era una casa pequeña, con una sola habitación. La rodeaba un pequeño porche que daba la sensación de ser un pequeño salón. Había dos sillas de plástico en el porche. Fancy decoró la casa con plantas y otros utensilios domésticos.
Después del trabajo, paseábamos por Bailey Road y otros mercados. Nos gustaba ver obras de teatro en el auditorio de la Asociación de Mujeres. Nunca nos perdíamos ningún acto del Centro Literario Mundial. De vez en cuando, temprano por la mañana, íbamos a pasear al parque Ramna. Era un paseo matutino tranquilo, sin bullicio. De vez en cuando se veían grupos de caminantes y corredores. En el parque, la gente estaba ocupada haciendo ejercicios en grupo.
Este maravilloso paseo matutino en Shanti Nagar fue una comodidad añadida para nosotros. A pesar de las muchas deficiencias de la región —inundaciones, carreteras abarrotadas, ruido—, disfrutamos de esos pequeños placeres.
Cuando yo iba a la oficina, Fancy se quedaba sola en casa todo el día, por lo que su madre enviaba a una chica joven para que la ayudara con las tareas domésticas. Esto era una fuente de inconveniencias para mí. Cuando volvía a casa del trabajo, Fancy abría la puerta y yo la llevaba en brazos a la cama, luego la besaba con suavidad y cariño, pero luego no podía continuar por la presencia de la joven criada en la casita.
Para sacar a la joven criada, le daba algo de dinero y le decía que comprara una caja de cerillos en el supermercado, aunque yo no fumaba. Después, cuando se marchaba, yo colmaba a Fancy de afecto.
En Estados Unidos, la ayuda de una criada joven ya no estaba disponible ni era asequible, y nuestro modo de vida mecanizado nos quitaba gran parte de nuestra felicidad. Ambos deseábamos dormir juntos, pero no había manera. Yo tenía que conducir mi taxi y ella tenía que trabajar en el restaurante. Si yo no conducía, se perdería mucho dinero porque tenía que hacer un pago por adelantado a la compañía de autos.
Así que, contra mi voluntad, me levantaba temprano, le daba un beso rápido en la mejilla a Fancy y me iba al baño. En solo 10 minutos estaría listo para salir y me dirigiría a recoger el taxi amarillo de mi compañero del turno de noche.
Abría la puerta del auto y miraba hacia atrás en dirección a Fancy, imaginando que ambos estábamos creando sueños en silencio en nuestras mentes, sueños de estar de vuelta en Daca. Sueños de tener un pequeño departamento en Shanti Nagar y nuestro propio auto. Las pequeñas alegrías de Daca nos acogerían de nuevo; estaba seguro de ello.
Todo esto sucedió hace mucho tiempo. Nunca volvimos a Daca. En lugar de eso, hicimos una vida aquí, en Queens. A medida que nuestro amor crecía, nuestros sueños cambiaban. Tuvimos una hija, que ahora es médica.
Hace mucho que no conduzco un taxi, pero ese taxi fue nuestro comienzo. Supongo que podríamos decir que fue el sueño americano.
Abdullah Zahid es bibliotecario en Queens.